martes, 14 de octubre de 2014

Cuenta la leyenda, que hace millones y millones de años, había una zona restringida no apta para humanos. En toda la faz de la tierra no había sitio igual como la región de Dio donde las bajas temperaturas no permitían que hubiera vida civilizada.

El imaginario colectivo hablaba de monstruos extinguidos por la glaciación, de magia, de hechizos anidados en la demarcación correspondiente.

Pocos habían sido los valientes que habían intentado alcanzar la gloria, pero todos habían perecido en el intento. Así que llegar a la comarca de Dio había significado un hito imposible sujeto a toda clase de torturas y fortunas letales.
Pero la historia cambió de rumbo cuando un grupo de jóvenes adictos al baile decidieron emprender el camino hacia Dio. Caminaron durante días y días aguantando a todo tipo de inclemencias. No sabían exactamente qué es lo que se encontrarían, pero no les importaba, porque estaban unidos.

No llevaban más ropa que la puesta lo cual no les auguraba muy buen destino final.

Una vez a la semana, en su pueblo de origen se concentraban bajo la luz de una gran hoguera para rezar por sus almas, sabiendo que era prácticamente imposible que regresaran con vida.

Hasta que finalmente llegaron a la tierra prometida. Llegaron a esa zona inhóspita, lúgubre y gris donde sólo gobernaba el frío y el silencio era tal que era capaz de romper cualquier tímpano.

Así que, retando al frío invernal, se cogieron de las manos y tras hacer un círculo empezaron a bailar entre ellos. El líder cantaba los pasos y el resto seguía el ritmo y cambiaba de pareja según indicaba el maestro. Empezaron tímidamente, el frío impedía toda libertad de movimientos, pero poco a poco fueron entrando en calor y lo que empezó como algo casi mecánico acabó siendo un baile libre de ataduras.

Olvidaron así las horas caminadas, las noches en vela, las duras jornadas de peregrinaje…. Y vieron como el hielo se deshacía a sus pies y todo el paisaje cobraba vida transformándose en un espectáculo paradisíaco.

No era el movimiento, si no la conexión, la unión, la fuerza y el sentimiento colectivo de estar bailando al ritmo que les marcaba su corazón lo que hacía que olvidaran las bajas temperaturas y fundieran todo el manto de maldad que cubría aquella tierra.

Ese grupo de jóvenes intrépidos sintieron la música e hicieron suya la comarca de Dio, haciéndola habitable para todo aquel que quisiera seguir sus pasos.

Ese es el motivo por el que a las 23h, cuando Dio Club abre sus puertas, el frío recorre las dos salas, hasta que llegan los jóvenes intrépidos que desprenden calor, pasión y sentimiento en sus movimientos.

Si no te lo crees, ven a primera hora y comprobarás los restos de aquella época, eso sí, no todos los valientes pueden soportarlo… 
 

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